Loba herida

El concepto de “loba herida” fue creado una noche de San Juan en el año 2006. Una noche que jamás olvidaré por los obstáculos que el destino puso en mi camino.

Un grupo de amigos y yo decidimos ir a la playa del Prat a pasar la noche, como hace el 90% de la juventud de nuestro pueblo. Pues bien, cuando salí de casa iba bastante mona: un poquito maquillada (rimel y raya de ojos incluidos), zapatos nuevos, bolso a juego con los tejanos y una estupenda camiseta que mi hermana me había dejado.

Llegamos a la playa y como manda el protocolo en una noche como esa empezamos a beber. Es justo en este momento cuando empiezo a tener lagunas.
Sé que me bañé, perdí el sujetador (a todo esto la playa, aunque de noche, estaba llena de gente que me conocía) pero por suerte me dejaron una toalla y me arrastré como pude tras un camión para cambiarme.

Mientras me cambiaba un simpático camionero se asomó por la ventana y me comentó que había escogido el mejor sitio para cambiarme. Salí corriendo y al llegar a una farola vi que mi cuerpo (y mi ropa) estaba lleno de grasa del puto camión (estuve toda la noche intentando quitármela pero no hubo manera).

Así fue como acabé con unos amigos caminando seis kilómetros a las siete de la mañana para volver a casa (no era plan de coger el coche). Yo, con el rimel corrido (parecía un Power Ranger), la ropa llena de grasa, los zapatos en la mano (tenia los pies hechos polvo), sin sujetador, unos pelos que ni el mismísimo Eduardo Manostijeras en sus mejores tiempos y un brillo en los ojos del rencor que sentía hacia el alcohol que me provocó tal situación.
Este es el aspecto de una loba herida…